Los satélites espaciales que buscan dar internet a los teléfonos celulares en todo el planeta podrían cambiar drásticamente el cielo nocturno. Un estudio de la revista Nature confirmó que los satélites como Bluewalker 3, obstruyen la observación astronómica y generan contaminación lumínica, poniendo en riesgo, además, el patrimonio natural de los cielos del norte de Chile.
Constelaciones de satélites, una amenaza a la observación astronómica
Sin embargo, esta creciente conectividad trae costos. Desde un tiempo a esta parte, la comunidad científica astronómica está advirtiendo sobre el impacto de los satélites en el ejercicio de la observación astronómica. Hace pocos días, la revista Nature publicó un estudio donde se comprueba que BlueWalker 3 llegó a ser uno de los 15 objetos más brillantes en el cielo.
El brillo del satélite de la empresa SpaceMobile, es más que una anécdota pues el número de satélites en órbita está aumentando a paso acelerado desde 2019. “Hasta diciembre del año 2018 existían cerca de 2.000 satélites activos en órbita baja. Hoy esa cifra se triplica”, sostiene Ángel Otarola, astrónomo del European Southern Observatory (ESO), quien está estudiando el efecto de los satélites en la investigación astronómica. “Estos problemas los empezamos a observar recién con el advenimiento de la constelación Starlink de la compañía SpaceX. Desde aquel hito comenzamos a documentar sus operaciones y a darnos cuenta de cómo estos satélites muy brillantes, en particulares horas del día, podrían eventualmente afectar la actividad astronómica”, agrega.
El caso BlueWalker 3
El estudio de la revista Nature, que cuenta con la participación de investigadores e instituciones chilenas, cuantificó el brillo del satélite BlueWalker 3 durante 130 días.
El Centro de Astronomía (CITEVA) de la Universidad de Antofagasta, participó en el estudio tomando una secuencia de imágenes del satélite usando el Observatorio Ckoirama: “Lo que hicimos fue coordinar la toma de una secuencia de imágenes rápidamente moviendo el telescopio a un punto diferente de la trayectoria del satélite al terminar una toma”, explica el director del centro Eduardo Unda-Sanzana.
Los astrónomos observaron no sólo cómo se modificaba el brillo del satélite cuando cambiaba su ángulo de visión sino que también detectaron una inesperada basura espacial generada por el lanzamiento. Las imágenes, indica Unda-Sanzana, revelaron la separación del satélite desde su adaptador para el vehículo de lanzamiento. Este segundo cuerpo tenía también un brillo significativo y no estuvo reportado en bases de datos de cuerpos en órbita por varios días.
“El tema de las constelaciones de satélites es bastante delicado y preocupante, y lamentablemente no tiene el nivel de visibilidad que amerita”, explica Catalina Flores, astrónoma y candidata a Doctora en Astrofísica de la Universidad Andrés Bello, y quien es parte del grupo CLEOsat (Chilean Low-Earth Orbit Satellites Group); que participó en la edición del estudio.
La investigadora explica que, en astronomía, el cielo se estudia utilizando diversas longitudes de onda para entender distintos fenómenos. Un satélite que "se cruza" en el campo de visión de una observación astronómica, interfiere en las mediciones. Entorpeciendo así todo el trabajo científico que hay detrás. “Las observaciones que se realizan desde tierra se ven amenazadas por grandes satélites de telecomunicaciones como Bluewalker 3, tanto por sus altísimos niveles de brillo (su alta reflectividad de luz solar afecta directamente a observaciones realizadas en longitudes de onda ópticas), como por las frecuencias en las que operan (ondas de radio, también utilizadas en observaciones de radioastronomía)”, indica.
Por su parte, Unda-Sanzana agrega que se trata de una situación preocupante. “Han pasado cuatro años desde el anuncio de Elon Musk en relación con la constelación Starlink, y desde entonces 18 diferentes constelaciones satelitales han sido anunciadas, alrededor de 5.000 satélites ya se encuentran en órbita, y más de 500.000 han sido anunciados”, sostiene.
Las nuevas tecnologías, como Bluewalker 3, siempre traen costos y beneficios, afirma el investigador de la Universidad de Antofagasta. Sin embargo, se están realizando sin sopesar sus profundas consecuencias. “El progreso es perfectamente posible con un efectivo cuidado ambiental, “no caigamos en la falsa dicotomía de creer que escoger uno es renunciar al otro”, advierte Unda-Sanzana.
La regulación, una tarea pendiente
En este contexto, de amenazas a los cielos nocturnos es que la comunidad astronómica internacional se está organizando rápidamente para hacer frente al desafío de la contaminación de las constelaciones de satélites.
En 2019, se alertó a las asociaciones astronómicas sobre el impacto de los satélites en las observaciones y se comenzaron a tomar medidas para medir y estudiar su brillo. Además, están surgiendo investigaciones para hacer que la materialidad de los satélites en órbita refleje menos luz.
“Una vez que nosotros como astrónomos hicimos las primeras observaciones de los satélites Starlink, la misma empresa, SpaceX, decidió invertir en investigación en la mitigación de este problema. Generaron un primer satélite llamad DarkSat o Satélite Oscuro que consistía en aplicar láminas de aluminio más oscuras. Eso ayudó, pero no fue suficiente. Necesitábamos que el brillo de los satélites se redujera cinco veces para que no fueran visibles al ojo humano”, explica Ángel Otarola, astrónomo de ESO.
Pero lo más importante, indica Otarola, es el esfuerzo coordinado entre astrónomos, observatorios internacionales, gobiernos, empresas y comunidad internacional para establecer un marco regulatorio de la actividad satelital. “En este momento este campo está muy poco regulado y es justamente uno de los puntos que más me motiva en esta área de investigación de monitorear satélites; determinar cuán brillantes son, en qué maneras afectan a las diferentes actividades astronómicas y de qué manera necesita ser regulado”, agrega el astrónomo.
En Chile, el doctor Jeremy Tregloan-Reed, profesor de la Universidad de Atacama, ha generado, dice Eduardo Unda-Sanzana, un ejemplo de trabajo en equipo con la creación del grupo CLEOsat, que une a investigadores de universidades, observatorios, y otras organizaciones, para abordar esta desafiante problemática.
La comunidad astronómica chilena se ha posicionado como un referente internacional en el estudio de las fuentes de contaminación lumínica espacial. “Este trabajo engarza y establece sinergias con los esfuerzos que realiza el Gobierno, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, al igual que SOCHIAS y la Fundación Cielos de Chile”, finaliza Unda-Sanzana.